Edimburgo, como toda gran ciudad, posee un símbolo por la que se la reconoce en el mundo entero, y ese no es otro que su castillo. Erigido sobre un antiguo volcán en el siglo XII como residencia de David I, rey de Escocia y conde de Hungtindon, el castillo vivió los momentos de mayor esplendor de Escocia, incluso antes de que Edimburgo se convirtiese en capital del Reino, cuando lo era Perth, por su cercanía a Scone. Precisamente David I fue proclamado rey de Escocia en esta pequeña localidad, según la tradición imperante en aquellos tiempos al encontrarse allí la Piedra de Scone o Piedra del Destino.